viernes, 4 de diciembre de 2015

ENSAYO DEL LIBRO EICHMAN EN JERUSALEN MASSIEL JACQUELINE PARES HIPOLITO

EICHMANN EN JERUSALEN

Arendt nos presenta a un Eichmann como un hombre nada brillante, un fracasado en esa época, que anhelaba triunfar como fuese y que obtiene un puesto de responsabilidad en la jerarquía nazi al demostrar su capacidad para organizar el traslado de enormes contingentes de personas. Hannah Arendt dice en el libro que en aquella época para tener un comportamiento normal hacía falta ser excepcional. Pero este hombre era bastante peculiar, tenía deseos de destacar, lo cual demostró  el acusado, al admitir estar informado de que el destino de toda aquella multitud era una muerte segura, se muestra convencido de haber realizado un trabajo bien hecho, concienzudo y perfectamente legítimo.
Arendt deja en claro que el acusado no es el monstruo que se quiso presentar, sino uno más de entre tantos burócratas del nazismo, que a fuerza de eficiencia y ubicuidad pretendían escalar en la pirámide del poder estatal alemán. Un hombre ordinario, despreciado por muchos de sus colegas y jefes, inofensivo y hasta refractario al uso de la violencia en lo cotidiano, que mostró ser muy eficiente en las tareas que se le encomendaban, pero que pese a ello nunca pudo pasar de ser un obscuro Obersturmbannführer a cargo de una subsección, muy lejos de los centros de poder donde se decidía cuándo, quiénes y cómo poblaciones enteras terminarían su existencia en los campos de exterminio del este europeo. Dejando a Eichmann como ejemplo de los muchos alemanes que se limitaron "cumplir las órdenes", "cumplir las leyes" o "hacer bien su trabajo", y que por lo tanto colaboraron, a veces de manera activa, con la Solución final, y que intentaron escapar a la culpa (ética y legal) precisamente bajo esa premisa (como todos los militares que desde entonces han alegado "obediencia debida" en diversas dictaduras militares).

Lo terrible del asunto es pensar que se trata precisamente de una tendencia humana generalizable, la de no oponerse al poder o a lo establecido incluso cuando este poder decreta cosas horrendas. Algunos  jefes  nazis y de las SS eran sin duda depravados, dementes, maníacos; pero la gran masa de los que colaboraron con ellos no podían serlo, debían moverles por lo tanto otras motivaciones. El caso de Eichmann parece paradigmático de este segundo tipo de personas, que son colaboradores necesarios del "mal", pero al mismo tiempo no tienen la sensación de formar parte de ese "mal" con el que colaboran.
El fiscal y los jueces no podían creer que Eichmann fuera una persona “normal”, para ellos era un ser diabólico, un monstruo antisemita que odiaba a los judíos. Sin embargo Arendt vio en Eichmann a un ciudadano fiel cumplidor de la ley que pudo dejar de “sentir” y eliminar la piedad meramente instintiva que todo hombre normal experimenta ante el espectáculo del sufrimiento físico, por esa obediencia ciega de funcionario que anulaba la facultad humana de juzgar. Es propio de todo gobierno totalitario, decía Arendt, transformar a los hombres en funcionarios y simples ruedas de la maquinaria administrativa y deshumanizarlos. El contexto legal del nazismo daba cobertura a estas actitudes y, por ello, tan solo los seres “excepcionales” podían reaccionar “normalmente”, es decir, desde criterios morales.
La crítica que Arendt realizó a los líderes de las asociaciones judías que ayudaron en las tareas administrativas y policiales a los nazis fue el tema que provocó más indignación. Según sus investigaciones, la formación de gobiernos títere  en los territorios ocupados iba siempre acompañada de la organización de una oficina central judía, los  integrantes de los consejos judíos eran por lo general los más destacados dirigentes judíos del país de que se tratara, y a estos los nazis confirieron extraordinarios poderes. Estos consejos judíos elaboraban listas de individuos de su pueblo, con expresión de los bienes que poseían; obtenían dinero de los deportados a fin de pagar los gastos de su deportación y exterminio; llevaban un registro de las viviendas que quedaban libres; proporcionaban fuerzas de policía judía para que colaboraran en la detención de otros judíos y los embarcaran en los trenes que debían conducirles a la muerte; e incluso, como un último gesto de colaboración, entregaban las cuentas del activo de los judíos, en perfecto orden, para facilitar a los nazis su confiscación. Incluso el trabajo material de matar, en los centros de exterminio, estuvo a cargo de comandos judíos.
Otro aspecto que provocó polémica, fueron las dudas sobre la legalidad jurídica de Israel a la hora de juzgar a Eichmann, además, según Arendt, el tribunal de Jerusalén fracasó al no abordar tres problemas: el problema de la parcialidad propia de un tribunal formado por los vencedores, el de una justa definición de “delito contra la humanidad”, y el de establecer claramente el perfil del nuevo tipo de delincuente que comete este tipo de delito. Ya que “la premisa común a todos los ordenamientos jurídicos es que, para la comisión de un delito, es imprescindible que concurra el ánimo de causar daño. Cuando, por las razones que sean, el sujeto activo no puede distinguir claramente entre el bien y el mal consideramos que no puede haber delito”. Sin embargo en esta circunstancia excepcional habría que modificar parcialmente ese criterio, pues no libera de su responsabilidad a los causantes, así como aquél que presupone que “cuando todos, o casi todos, son culpables, nadie lo es”. La consecuencia jurídica en este caso, al contrario que la mayoría de los hechos delictivos considerados hasta ese momento, es que “el grado de responsabilidad aumenta a medida que nos alejamos del hombre que sostiene en sus manos el instrumento fatal”.

Por todo ello, hubiera sido imprescindible una revisión completa de los hechos y un tratamiento distinto y novedoso que tendría que haberse incluido en la legislación penal tanto internacional como de cada país en concreto antes de 1960.
El mayor defecto fue, según la filósofa, que  la acusación se basó en los sufrimientos de los judíos y no en los actos de Eichmann.
La lectura de esta obra nos pone delante de una terrible realidad, la capacidad del ser humano normal y corriente de causar daño a sus congéneres por ideales, lo pernicioso que es dejarse arrastrar por las ideas dominantes en un momento histórico determinado y abandonar la capacidad en manos de las leyes de un Estado totalitario, refugiándose en su cumplimiento necesario. El colapso moral general que fue capaz de provocar el nazismo en toda una nación como la culta Alemania y otros muchos países europeos ocupados por ellos en los que el colaboracionismo predominó. E incluso el colapso moral que produjo entre las víctimas para salvarse del exterminio incluso negociando con los criminales. ¿Quién puede saber lo que cualquiera de nosotros hubiera hecho en esas circunstancias? Sí sabemos que hubo seres excepcionales que, perdidos en un océano de confusión, de muerte y de terror, supieron discernir lo más elemental del comportamiento humano y se mantuvieron internamente libres para discernir lo que estaba bien y lo que estaba mal. Seres excepcionales para actuar con normalidad en momentos excepcionales. Su existencia nos regala la esperanza en el género humano, ayer y hoy.




CONCLUSIÓN


El caso de Eichmann, y el lúcido tratamiento que de él hace Arendt, me parece muy necesario para escapar de la fácil tentación que nos asalta siempre que debemos afrontar la maldad: atribuirla a la locura o a la condición de "monstruo" de quien sucumbe a ella. Es comprensible que busquemos respuestas para actos tan horrorosos.

Pero creo que todo eso no es mas  que un escape para enfrentar lo que afirma Arendt: el mal, al menos en la sociedad moderna, es una banalidad. Supone un simple dejarse llevar. Así, Eichmann ejemplifica como pocos el fin del sueño ilustrado: a mayor razón, no siempre corresponde mejor humanidad.

Un estado autoritario anula a la poblacion porque impone un pensamiento unico, lo que se consolida con el solapamiento de los medios de comunicación y que la humanidad podria volver a vivir un holocausto porque quien no conoce la historia esta obligado a repetirla. El invocar el cumplimiento de un deber no justifica los crimenes de lesa humanidad. Ademas que debe prevalecer el principio de persona y existir un tribunal internacional que juzge delitos de lesa huanidad que sea imparcial, que la ley debe prever este tipo penal pero ademas las formas de participacion para poder graduar la sancion.